Lectura
del día: 26 de Abril de 2024
En lo que a mí toca, hermanos, cuando vine a su ciudad para anunciarles el misterio de Dios, no lo hice a base de elocuencia o de sabiduría. Pues nunca entre ustedes he presumido de conocer otra cosa sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Me presenté ante ustedes débil, asustado y temblando de miedo. Mi palabra y mi predicación no consistieron en sabios y persuasivos discursos; fue más bien una demostración del poder del Espíritu, para que fundamenten su fe, no en la sabiduría humana, sino en el poder de Dios. Sin embargo, también nosotros tenemos una sabiduría para formados en la fe, aunque no es una sabiduría de este mundo, ni de los poderes que gobiernan este mundo, condenados a la destrucción. De lo que hablamos es de una sabiduría divina, misteriosa, escondida; una sabiduría que Dios destinó para nuestra gloria antes de los siglos y que ninguno de los poderosos de este mundo ha conocido, pues de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria. A nosotros, en cambio, como dice la Escritura: lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni al hombre se le ocurrió pensar lo que Dios podía tener preparado para los que lo aman, eso es lo que nos ha manifestado Dios por medio de su Espíritu. El Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios.
Soy más prudente que todos mis maestros,
porque medito todos tus preceptos.
Soy más inteligente que todos los ancianos,
porque observo tus decretos.
Aparto mis pasos del mal camino para ser fiel a tu palabra.
No me desvío de tus mandamientos, pues tú me has instruido.
¡Qué dulce al paladar es tu promesa, más que miel en la boca!
Tus decretos me hacen inteligente, por eso odio la mentira.
Ustedes son la sal de la tierra; pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se salará? Ya no sirve para nada, sino para tirarla fuera y que la pisen los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de una montaña. Tampoco se enciende una lámpara de aceite para cubrirla con una vasija de barro; sino que se pone sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille su luz delante de los hombres de modo que, al ver sus buenas obras, den gloria a su Padre que está en los cielos.
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