Lectura
del día: 9 de Junio de 2023
Ana, que estaba sentada mirando el camino por donde su hijo tenía que regresar, lo vio venir y dijo al padre:
-Mira, ¡ahí llegan tu hijo y el hombre que se fue con él!
Rafael dijo a Tobías antes de acercarse a su padre:
-Sus ojos se abrirán de nuevo. Unta sus ojos con la hiel del pez. La medicina contraerá y disolverá las manchas blancas de sus ojos y así tu padre recobrará la vista y verá la luz.
Ana salió corriendo y se abrazó al cuello de su hijo exclamando:
-Te he vuelto a ver, hijo mío; ya puedo morirme.
Y se puso a llorar. Tobit se levantó a tientas y tropezando salió a la puerta del patio. Tobías llegó hasta él con la hiel del pez en la mano. Sopló en sus ojos, le agarró la mano y le dijo:
-¡Animo, padre!
Al instante le aplicó la medicina y se la extendió. Y luego con las dos manos quitó las manchas blancas de los párpados de sus ojos. El se echó al cuello de su hijo y llorando le decía:
-Te veo, hijo mío, luz de mis ojos.
Y añadió:
Bendito sea Dios
y bendito su gran nombre.
Benditos sean sus santos ángeles.
Que su gran nombre nos proteja.
Benditos sean por siempre los ángeles.
Porque me había castigado,
pero ha tenido compasión de mí,
y ahora veo a Tobías, mi hijo.
Tobías entró alegre y bendiciendo a Dios con todas sus fuerzas. Contó a su padre que el viaje había sido todo un éxito, que había cobrado el dinero y que había contraído matrimonio con Sara, la hija de Ragüel, que ya debía estar a punto de llegar, pues la habían dejado muy cerca de las puertas de Nínive.
Tobit, lleno de alegría y alabando a Dios, salió hasta la puerta de Nínive al encuentro de su nuera. Al verle caminando y avanzando en plenitud de facultades, sin ser guiado por nadie, los de Nínive se admiraron. Tobit proclamaba ante todos que Dios había tenido misericordia de él y le había hecho recobrar la vista. Tobit se acercó a Sara, mujer de su hijo Tobías, y la bendijo diciendo:
-Bienvenida seas, hija mía, y bendito sea tu Dios, que te trajo hasta nosotros. Bendito sea tu padre, bendito sea mi hijo Tobías y bendita tú, hija mía. Entra en buena hora a tu casa con bendición y alegría. Entra, hija.
¡Aleluya!
¡Alaba, alma mía al Señor!
alabaré al Señor mientras viva,
cantaré para mi Dios mientras exista.
Que hizo los cielos y la tierra, el mar y cuanto contiene,
el Dios que mantiene por siempre su fidelidad.
El hace justicia a los oprimidos
y da pan a los hambrientos.
El Señor da la libertad a los cautivos,
el Señor abre los ojos a los ciegos,
el Señor levanta a los humillados,
el Señor ama a los justos.
El Señor protege a los extranjeros
y sostiene a la viuda y al huérfano;
confunde, en cambio, el camino de los malvados.
¡El Señor reina por siempre,
tu Dios, Sión, por todas las generaciones!
¡Aleluya!
Entonces Jesús tomó la palabra y enseñaba en el templo diciendo:
-¿Cómo dicen los maestros de la ley que el Mesías es hijo de David? David mismo dijo, inspirado por el Espíritu Santo:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha
hasta que ponga a tus enemigos
debajo de tus pies.
Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo?
La multitud lo escuchaba con agrado.
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