Lectura
del día: 28 de Mayo de 2019
La gente se amotinó contra ellos, y los magistrados ordenaron que los despojaran de sus vestiduras y los azotaran con varas. Después de una severa flagelación, los metieron en la cárcel y encargaron al carcelero que los guardase con cuidado. El carcelero, siguiendo a la letra la orden, los metió en el calabozo más seguro y les sujetó los pies en el cepo.
A medianoche, Pablo y Silas oraban entonando himnos a Dios, mientras que los otros presos los escuchaban. De repente, se produjo un gran terremoto, que sacudió los cimientos de la cárcel; se abrieron solas todas las puertas y a todos los presos se les soltaron las cadenas. Al despertarse el carcelero y ver abiertas las puertas de la cárcel, sacó el puñal con intención de suicidarse, pensando que los presos se habrían fugado. Pero Pablo le gritó:
-No te hagas daño, que estamos todos aquí.
El carcelero pidió una antorcha, entró en el calabozo y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas. Después los sacó fuera, y dijo:
-Señores, ¿qué debo hacer para salvarme?
Ellos le respondieron:
-Si crees en el Señor Jesús, os salvaréis tú y tu familia.
Luego le explicaron a él y a todos sus familiares el mensaje del Señor. En aquella misma hora de la noche, el carcelero los tomó consigo, les lavó las heridas y a continuación recibió el bautismo con todos los suyos. Después los llevó a su casa, preparó un banquete y celebró con toda su familia la alegría de haber creído en Dios.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de dioses extranjeros,
postrado hacia tu santo templo.
Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu fidelidad,
pues tu promesa ha superado a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste, fortaleciste mi ánimo.
Que te den gracias, Señor, todos los reyes de la tierra,
al oír las palabras de tu boca;
que proclamen las proezas del Señor,
porque la gloria del Señor es grande.
El Señor es excelso, pero se fija en el humilde,
y conoce de lejos al soberbio.
En medio del peligro, me conservas la vida,
despliegas tu poder contra la saña de mis enemigos,
y me pones a salvo con tu fuerza protectora.
¡El Señor completará cuanto ha hecho por mí!
¡Señor, tu amor es eterno, no abandones la obra de tus manos!
Pero ahora vuelvo al que me envió y ninguno de vosotros me pregunta: «¿Adónde vas?». Eso sí, al anunciaros estas cosas, la tristeza se ha apoderado de vosotros. Y sin embargo, os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré. Cuando él venga, pondrá de manifiesto el error del mundo en relación con el pecado, con la justicia y con la condena. Con el pecado, porque no creyeron en mí; con la justicia, porque retorno al Padre y ya no me veréis; con la condena, porque el que tiraniza a este mundo ha sido condenado.
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